17 de agosto de 2008, 10:00 am. "I hope you have enjoyed your flight with us. I wish you a nice stay in Chennai and look forward to see you back on board". Con más o menos estas palabras, el capitán de Jetairways consigue sacarme de ese terrible estado de sopor que sólo Franz Kafka, las películas de Bergman o cuarenta horas de viaje son capaces de inducir en cualquier ser humano. Me limpio las babas y las legañas, me desperezo y me dispongo por fin a bajar las escalerillas cuando, nada más sacar la cabeza al exterior del avión, una fuerte columna de aire caliente me da una bofetada en toda la puta cara. No es lo único con lo que choco. Un inefable tufo hasta ahora desconocido invade presto mis orificios nasales. Olores como este son muy difíciles de describir, y mucho más de oler. Dentro de la extraña mezcla me parece distinguir sudor rancio, mango en estado de putrefacción, residuos fecales y especias. ¿Es este el olor de la India?
Unos cien indios se arremolinan a la salida del aeropuerto al grito de "Auto, auto, Sir". Todos quieren su trozo de pastel. Algunos de ellos llevan un pequeño cartel con el nombre de la persona a la que han de recoger. Esperando un Mr. Dharandas, un Mr. Mendez o quizás la combinación de ambos, me sorprende la elección de mi jefa de Departamento, algo más informal, un simple Mr. Mariano escrito en un roído trozo de cartón sostenido por un señor gordito y canoso de unos 60 años. Sin mediar palabra, el señor se saca el móvil del bolsillo y llama a la Dra. Chitra Krishnan, jefa de ambos, quien me da la bienvenida y me sugiere dejarle una propina de 50 rupias al taxi driver. A continuación, subimos a su impecable Ambassador blanco, coche indio por excelencia, y arrancamos rumbo a la gran ciudad.
Los indios, como los británicos, juegan al cricket, toman el té y conducen por la izquierda. Esta última aseveración tiene sus matices. En India hay carriles. Uno, dos, tres y hasta cuatro carriles bien pintados sobre el sucio asfalto. Su uso, sin embargo, no ha quedado aún demasiado bien delimitado. Nada más salir del aeropuerto entramos como por arte de birlibirloque en uno de esos carriles y comienza el baile, amenizado por un coro de bocinas. Coches, motos, camiones, bicicletas, peatones, rickshaws, vacas y perros danzan frenéticamente de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, carretera abajo, dejándose llevar por la corriente, por su propia inercia. Todo es cuestión de centímetros, de milímetros, parece que no cabemos, que vamos a chocar, pero finalmente un volantazo, frenazo, acelerón o bocinazo lo arregla todo y seguimos nuestro curso sanos y a salvo. Es la armonía dentro del caos. "Todo fluye, nada permanece", decía Heráclito. O por citar a un filósofo más contemporáneo, el infravalorado Bruce Lee, "Be water, my friend": "Pon agua en una botella y será botella; ponla en una tetera y será tetera". Así funciona el tráfico chenaíta. No vamos excesivamente rápido, quizás a 50 ó a 60, pero la sensación de peligro inminente, junto con las penosas circunstancias de mi viaje, me provocan náuseas. Busco algo a lo que sujetarme pero no lo encuentro y el movimiento del coche me balancea de un lado al otro del sillón plano del coche, al ritmo del caos. Es la primera vez que echo de menos un cinturón de seguridad en la parte trasera de un coche. A veces miro por la ventanilla para fliparla cada vez más: una familia de cuatro, un matrimonio y dos niños menores de seis años sin ningún casco, nos adelantan con su moto por la izquierda (deberían de adelantar por la derecha, ¿no?); una mujer carga una aparatosa y pesada vasija encima de su cabeza, caminando descalza en medio del tráfico; una vaca hace un amago de cruzar la calle y provoca el rápido zigzagueo de rickshaws y motos, que tocan sus bocinas con saña... Tras media hora de viaje, mi conductor, en todo momento imperturbable (incluso fue capaz de contestar un par de llamadas telefónicas con su mano derecha), gira a la derecha en una pequeña callejuela y para enfrente de un descampado con un pequeño y decrépito edificio al fondo. En un cartelito desteñido puede leerse: "Paradise Guest House". Sí, este es el nombre del lugar. El chófer abre la puerta y me ayuda a sacar mi escaso equipaje.
- "How much is that?".
- "Six hundred rupees".
- "Here you are, seven hundred".
- "Thank you". "And welcome to Chennai, Sir."
martes, 9 de septiembre de 2008
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